No, ella no. Todo menos ella.
La cáscara amarga
sí, la única testigo de una masacre. La que no sabe estarse
porque no la hicieron con calma, quizás accidente
anda de prisa,
muy de prisa, sí un choque,
como su nacimiento: un grito con gargajo
ella, un berrinche terso
como solo un miope puede hacerlo
privada por el peso de las palabras, ella
despierta cada mañana
o duerme atravesada por un arroyo
denso, muy denso –como darle la vuelta al mundo
y sigue sin reconocerlo
se agita cuando no tiene que hacer
porque no hay suficiente lugar allá arriba
el Cielo requiere de astucia:
sentido de humor, un recordatorio
de la interrupción
no otro malentendido ni sentirse desposeído
a la que le importa lo que otros digan,
muy dentro, dentro, aunque no lo repita
a la que atormentan cuestiones propias, muy propia
una cabeza que le dice:
¿Qué quieres?